Estrés (o síndrome, o depresión) postvacacional son términos que hacen referencia al proceso de estrés que tenemos que afrontar tras las vacaciones, para readaptarnos de nuevo a las obligaciones laborales (o escolares), al cambio de estilo de vida que supone, etc. Son términos surgidos de manera popular, que se utilizan mucho, debido al amplio eco que suelen tener todos los años, sobre todo a finales de agosto y primeros de septiembre, en los medios de comunicación.
Aunque el estrés es un proceso normal, si la intensidad de la demanda (estresor) es muy grande y las reacciones de estrés muy intensas, o se mantienen demasiado tiempo, los recursos con que contamos (nuestra energía, salud, motivación, interés, estado de ánimo, etc.) tenderán a gastarse y puede que lleguemos a una situación de agotamiento, en la que no tengamos tiempo para recuperar dichos recursos mediante el descanso, o estemos tan preocupados que no podamos dormir. Si esto sucede, puede que ya estemos sufriendo una serie de síntomas de estrés (dolor de cabeza, insomnio, dolores musculares, problemas de atención, de memoria, etc.), que pueden desaparecer simplemente con más descanso. Pero si no se pone remedio a este estado, los síntomas se irán incrementando en intensidad, irán apareciendo otros nuevos, y finalmente se puede llegar a desarrollar alguna enfermedad física o mental.
Al incorporarnos de nuevo al trabajo, tras las vacaciones, sufrimos una reacción de estrés. En general, este estresor no es muy intenso para la gran mayoría de las personas, que pueden ver con preocupación, o incluso con ilusión, la vuelta a su actividad. El cambio de hábitos suele exigir un esfuerzo para volver a los horarios habituales, o para mantener la atención centrada en las tareas que nos ocupan, durante el tiempo requerido. El volver a enfrentarse con responsabilidades u obligaciones puede suponer un aumento de ansiedad, ante la posibilidad de hacerlo mal, de fallar, de obtener un resultado negativo. Los síntomas más importantes son:
- Preocupación,
- Inseguridad,
- Malestar psicológico,
- Temor a perder el control,
- Palpitaciones, taquicardia,
- Excesiva sudoración,
- Temblor, molestias digestivas,
- Dolor muscular,
- Dolor de cabeza,
- Evitación de situaciones,
- Inquietud motora, etc.
El rendimiento, la motivación o el interés en los primeros días pueden ser un poco más bajos de lo habitual. El cansancio puede surgir más fácilmente. El estado de ánimo puede decaer en algunas personas, especialmente a las que les cueste un poco más volverse a adaptar. Algunos grupos son algo más proclives a tener más ansiedad que otros (no sólo en este periodo postvacacional). Así, las mujeres sufren un estrés laboral percibido mayor que los varones y sobrellevan también más consecuencias, tanto físicas como psicológicas.
Sin embargo, para otras personas el estrés postvacacional puede afectarles de manera más seria, debido a la acumulación de otros estresores (por ejemplo, problemas de pareja, dificultades económicas, desempleo, enfermedad, etc.).
También puede afectar más a las personas que no les gusta su trabajo (o su colegio, o instituto), por las razones que sean, que pueden ser muy variadas, por ejemplo: acabaron muy agotadas antes de las vacaciones, tienen o van a tener mucho estrés (laboral o académico) de manera inmediata, están sufriendo acoso psicológico por parte de sus compañeros, se sienten quemados con su trabajo (o sus estudios), etc. Así, un estudiante con problemas de tartamudez que teme sufrir las burlas de sus compañeros (que ya ha sufrido en el pasado) puede sufrir mucha ansiedad ante la vuelta al nuevo curso académico.
Los profesores de secundaria que están muy estresados (casi la mitad de estos profesionales sufren altos niveles de estrés), porque tienen serios problemas para controlar la conducta de sus alumnos en el aula, o han sufrido amenazas, tendrán una vuelta al nuevo curso mucho más complicada.
Las personas que no han descansado porque no pueden tener vacaciones no lo tienen más fácil, ni tampoco las que están en paro, o algunas divorciadas, ni las que consumen tranquilizantes desde hace años. Para estas personas el estrés postvacacional puede suponer un esfuerzo mayor y tener consecuencias más importantes, pudiendo sufrir un incremento superior de sus síntomas de ansiedad, o de depresión, o ambos, que pueden desencadenar en trastornos de ansiedad o del estado de ánimo (depresivos); así mismo, pueden sufrir algún proceso de somatización (dolor, molestias físicas, etc.), que podría llegar a generar enfermedades físicas.
El desempleo es un estresor más importante que el reincorporarse al trabajo tras las vacaciones, constituyendo un factor de riesgo más grave para sufrir problemas de salud. Así, por ejemplo, en España los desempleados tienen una probabilidad mayor de padecer algún trastorno de ansiedad (la probabilidad se multiplica por 2,2), un trastorno depresivo (2,2 más probables), o un trastorno por consumo de sustancias (1,8 veces). El consumo de psicofármacos en pacientes que acuden a un centro de atención primaria es mayor en mujeres, en separados y en desempleados, perfil que como acabamos de ver está asociado con mayores niveles de estrés.
Para sufrir un trastorno adaptativo postvacacional tendrían que cumplirse una serie de criterios, para los que sí existe consenso universal, y por lo tanto se podría estudiar su prevalencia. El primero de ellos, según la DSM-IV, es: “La aparición de síntomas emocionales o comportamentales en respuesta a un estresante identificable tiene lugar dentro de los 3 meses siguientes a la presencia del estresante”. Es decir, que para que alguien sufra este trastorno debe estar experimentando estos síntomas emocionales (malestar, ansiedad, depresión) o comportamentales (deterioro significativo de la actividad social o laboral o académica), como consecuencia de la vuelta a su actividad profesional, tres meses después de reincorporarse a la misma. Además, este trastorno sería previo a un trastorno depresivo o un trastorno de ansiedad.
Para superar el estrés postvacional, así como para prevenir las consecuencias negativas del estrés en general pueden seguirse una serie de cuidados que vamos a resumir a continuación.
- Comenzar el trabajo poco a poco y a ser posible por lo más grato.
- Conviene usar el tiempo de comer como momento de descanso y ruptura con nuestras actividades profesionales.
- Es bueno aprovechar la comida para hacer vida social y familiar.
- Dormir lo suficiente, en torno a ocho horas.
- Dejar el trabajo en la oficina (tanto los papeles, como las preocupaciones).
- La práctica moderada de algún deporte o ejercicio físico ayuda a relajarnos.
- La organización del tiempo y de nuestras actividades, estableciendo horarios, es fundamental para poder descansar, no estar preocupados, no sufrir continuos sobresaltos, olvidos importantes, etc.
- Saber seleccionar actividades cuando no podemos hacer todo.
- No analizar continuamente los problemas o las alternativas: esto produce ansiedad.
- El estrés que nos produce un problema o situación depende de las consecuencias que prevemos, pero a veces exageramos las consecuencias negativas (hay que ser realistas y positivos, no hay que magnificar lo negativo).
- No añadir elementos accesorios al problema. Reforzar las conductas positivas de las personas de nuestro entorno, con aprobación, halagos, sonrisas, pequeños detalles, etc.
- Corregir las conductas negativas de las personas de nuestro entorno, dándoles la información a tiempo y nuestra desaprobación, pero sin broncas, sin culpas, ni otros castigos.
- Practicar la relajación/meditación con cierta asiduidad en los momentos en los que nos encontramos peor, dedicándonos algún tiempo a nosotros mismos.
- Exponerse poco a poco a las situaciones que tenemos pánico. Aprender a decir no, practicar nuestras mejores habilidades sociales, etc.
- Leer algún buen libro de autoayuda para aprender a pensar bien, eliminando algunos pensamientos erróneos, ideas irracionales, etc., que nos estresan.
Contratar algunas sesiones de acompañamiento psicológico puede ser de una gran ayuda. En la mayoría de las ocasiones se recurre al psicólogo cuando existe un problema o un desorden que está ya instaurado y afianzado en nuestras vidas. Pero en relación con la salud mental y emocional también aplica el hecho de que es mejor prevenir que curar.
Algo tan sencillo como cambiar hábitos que no favorecen nuestro bienestar puede suponer un cambio fundamental en la forma de afrontar un nuevo periodo.
Los seres humanos somos criaturas de costumbres y solemos repetir comportamientos y maneras de hacer las cosas. Lo bueno es que siempre se puede cambiar, pero es difícil. ¿Cuánto tiempo toma cambiar un hábito? Aunque podría pensarse que todo depende de la persona, pero la ciencia ha investigado el tema llegando a interesantes conclusiones no sólo acerca de cuánto demora modificar o crear una costumbre, sino que también la forma de hacerlo.
El psicólogo británico Jeremy Dean es uno de los profesionales que se ha dedicado al estudio de los hábitos en las personas: cómo crearlos, modificarlos y cuánto tiempo puede tomar lograrlo.
Como conclusión, este psicólogo británico detalla que, el tiempo promedio para formar un hábito muy básico, como beber un vaso de agua en las comidas, es de 21 días, mientras que para otros hábitos de complejidad media, subía a 66 días.
Mientras más difícil sea el hábito, o tengamos que romper otra costumbre para crearlo, más tiempo tomará. Dean expone que los hábitos más difíciles de formar demoran en promedio 254 días.
Para que algo se vuelva un hábito, según Jeremy Dean, debe ser realizado de forma automática, sin pensarlo y, por ende, la mejor manera de crear un hábito es repitiéndolo varias veces.
El crear hábitos no es un proceso plano, sino que requiere pasar por varios escalones: en un principio, se ven más progresos, mientras que a medida que transcurre el tiempo el progreso es menor.
Por ende, si es que realizamos más repeticiones del hábito en una primera etapa, este se hará automático más rápidamente, y así no sólo podremos formar ese comportamiento, sino que también lograrlo en menos tiempo.
La clave está en ser consistentes y trabajar duro, sobre todo en la primera etapa, buscando conseguir que esa costumbre que queremos imponer se vuelva automática. Una vez que eso se consigue, la tarea se hace mucho más simple.