Nos hicieron creer que “el gran amor” solo sucede una vez en la vida y generalmente antes de los 30 años. No nos contaron que la capacidad de amar no es finita ni se desgasta, ni que el amor no es accionado ni llega en un momento determinado.
Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja y la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie merece cargar con la responsabilidad de completar lo que nos falta como tampoco merecemos llevar semejante peso ajeno por más que amemos a alguien. Tampoco nos contaron que el convertirse en porteadores de responsabilidades ajenas nada tiene que ver con el amor y el respeto, sino más bien con la identificación errónea pero tan socialmente extendida de que querer conlleva sufrimiento y esfuerzo.
Nos hicieron pensar que cuanto más amor más fusión y que la fórmula llamada “dos en uno”: dos personas pensando igual, actuando igual…era lo que funcionaba. No nos contaron que eso supone la anulación de quien ama y que solo siendo uno mismo y respetando nuestra individualidad es posible establecer relaciones saludables.
Nos hicieron creer que el matrimonio es obligatorio y que los deseos fuera de ese término deben ser reprimidos. Que inevitablemente sino, estos deseos nos llevarán a la insatisfacción de lo inconcluso e incontrolable. No nos contaron que las etiquetas y términos no son una garantía de felicidad y permanencia, ni que la necesidad de posesión tiene más que ver con la autopercepción de no merecimiento que con la seguridad y confianza en mí y en tí.
Nos hicieron creer que los lindos y flacos son más amados, que sin la aprobación de los cánones no hay posibilidad de éxito. No nos contaron que por fortuna tenemos múltiples dimensiones que nos conforman y que el físico tan solo es una de ellas, que para gustos los colores y que es esa forma única de combinar nuestras dimensiones personales lo que nos hace exquisitamente únicos e irrepetibles.
Nos hicieron creer que solo hay una fórmula para ser feliz, la misma para todos y los que escapan de ella están condenados a la marginalidad. No nos contaron que los estereotipos no son adaptativos y que pretender hacer nuestro con lo que no nos identificamos o no nos pertenece solo puede llevarnos a la frustración y a la alienación. Tampoco nos contaron que tenemos el derecho y la obligación de descubrir la fórmula que nos hace felices y aplicarla cada día, porque nadie puede hacerlo por nosotros.
Todo aquello que no nos contaron lo vamos descubriendo con mayor o menor éxito en nuestro caminar por la vida. A veces de una manera amigable y fluida y otras a fuerza de crisis y caos.
Quizá pueda parecer reduccionista pero lo cierto es que todo empieza y acaba con el respeto a uno mismo y mi individualidad. Desde esta perspectiva la frase tan manida desde la espiritualidad de no buscar fuera lo que está dentro cobra todo el sentido psicológico, humano y pragmático del mundo y es que si yo no me quiero, ¿no sería pretencioso e incluso egoísta pretender que otros lo hicieran por mí?. Y si yo no me respeto ¿no sería igualmente irónico exigir que otros lo hicieran por mí?…. así para todo lo que deseamos y nos negamos.
Todo este juego vital sostenido por la inercia nos mantiene ocupados al mismo tiempo que perdidos en un laberinto de expectativas depositadas en los demás, en el afuera, en lo incontrolable reforzando la espiral de las vidas sin sentido. Así a fuerza de tanto regalar nuestro poder terminamos por reconocernos vacíos y no capaces de controlar nada de lo que nos pasa, ni siquiera a nosotros mismos.
Llegados a este punto, la mayoría de las veces solo vemos la opción de abandonarse por completo al vapuleo de la vida y las circunstancias externas y esperar así la lotería de la cara y la cruz de la existencia y con ello abrir la posibilidad a la depresión, la ansiedad, los trastornos alimenticios, los trastornos del sueño, las afecciones psicomáticas…
Pero lo cierto es que siempre nos queda la opción saludable y benevolente de reconocernos, reposicionarnos, retomar nuestro poder y comenzar a construir a partir del resultado de este ejercicio. Ejercicio que por otra parte podrá darse una vez en la vida, o dos, o tres o cada día, dependiendo de lo atentos que permanezcamos una vez que descubramos aquello que nadie nos dijo y descubrimos…Y no pasa nada, si en este descubrir requerimos de una mano amiga que nos acompañe puesto que al fin y al cabo a ello dedicamos la vida los psicólogos vocacionales.
Porque a la única persona a la que necesitamos para vivir es a nosotros mismos. Y yo, en pleno derecho de usar mi libertad emocional elijo si deseo hacerlo solo o en compañía pero desde una elección consciente que tengo el derecho de renovar cada día de mi vida adulta.
Y desde el momento en que tomo conciencia de ello, decido dejar de estar esclavizado y de atarme a mi pasado emocional. Dejando así de permitir que los demás definan quien soy. Me comprometo así conmigo mismo a buscar la forma de expresar todo mi ser y a explorarme sin pausa.
Este compromiso conlleva asimismo no dar nunca el gusto a los demás sin antes darme el gusto a mí mismo, no dejarme llevar por la corriente de la gente sin valorar antes donde deseo que el río me lleve. Me libero así, del efecto estrangulador de mis pensamientos y pongo mi empeño en conseguir que mis decisiones me hagan sentir bien acerca de mi vida.
Porque como dijo Fritz Perls “ yo soy Yo y tú eres Tú. Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas y tú no estás en este mundo para cumplir las mías”. Lo que supone de antemano la aceptación de que tanto yo como tú somos grandiosos a pesar de las carencias que cada uno tenemos.
Continúa la cita de Perls “Tu eres tú y Yo soy yo. Si en algún momento o en algún punto nos encontramos, y coincidimos, es hermoso. Sino, pocas cosas tenemos que hacer juntos. Tu eres tú y yo soy yo”. Esto implica el ejercicio del egoísmo sano al que tanto temor le tenemos. El egotismo sano supone el cierre de la frontera-contacto y constituye, no la interrupción sino la retirada del entorno. Podríamos explicarlo simplificando que, cuando ya se ha satisfecho la necesidad y ha finalizado el intercambio con el entorno, surge un período de retirada, de relajación, en el que es posible la asimilación de la experiencia.
Porque normalmente no tenemos en cuenta es que falto al amor a mí mismo (que es el esencial y la razón de mi existencia) cuando en el intento de complacerte me traiciono o dejo de atenderme o escucharme. Del mismo modo que falto de amor al otro, cuando intento que sea como yo o me de lo que necesito en vez de aceptarlo tal como es.